Por aquí los hay, al menos unos centenares, abandonados. Ya nadie se ocupa de ellos. Las razones del abandono pueden ser múltiples, pero su asilvestramiento es profundamente hermoso. Además, pienso que el árbol disfruta, cuando deja de ser un negocio, de su albedrío.
Está cerca el momento de la cosecha, y el fruto de estos árboles ahí se quedará. Este año, sin embargo, tengo en mente recoger un par de centenares de olivas de estas oliveras y probar alguna elaboración con ellas.
El olivo es, posiblemente, el árbol domesticado más bello que existe. Pero el olivo asalvajado, sin poda ni fumigación, me atrae aún más. Ese será el objetivo de mi ansia recolectora.
El olivo ha sido, y sigue siendo, testigo silencioso de la milenaria cultura mediterránea y de sus historias.
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