Lo
vi en la plaza de Aísa. Doblado. Con una botella de vino tinto, sólo
la botella y él (sin vaso), retorcido en el banco de piedra; no
paraba de blasfemar, de escupir saliva rojiza, de jurar, condenar,
culpar a la medicina de su mal, que no era otro que seguir vivo. Se
castigaba, exhibía su sufrimiento diario entre trago y trago.
Retorcido sobre su vomitera, de repente se quedó mirando al cielo y
dio, se dio, con esa mirada una alegría.
Incluso
en lo peor siempre puedes ver un trozo de cielo pacificador,
reconfortarte en él aunque sólo sea por un instante.
Cambié
mi patrimonio por 20 cajas de vino de mierda, el puto doctor predijo
mi muerte, aseguró que me quedaban pocos días, no se me ocurrió
mejor idea que cambiar mi casa por tinto asqueroso de puta mierda.
Llevo 20 años aquí tirado, lo único hermoso que me queda, lo único
hermoso lo veo cuando busco a Dios.
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